Siempre es bueno poner nuestras expectativas en perspectiva. Saber qué es lo que buscamos en algo, y saber qué es lo que podemos esperar de ello. Esto sucede en cualquier aspecto de nuestras vidas y obviamente el Shibari/Kinbaku no está exento de esta regla.
Existen muchas personas en el mundo que sostienen que la tecnología del siglo XXI debe estar al servicio de aquellos que desean aprender a distancia, o inclusive para popularizar y hacer más accesible el entrenamiento en cualquier disciplina. Esta intención, si bien es entendible y plausible, muchas veces choca contra la realidad y termina generando estériles discusiones entre los defensores de la tecnología como método de enseñanza, y aquellos más tradicionalistas enfocados al entrenamiento presencial.
Si nos remitimos al aspecto técnico del Shibari exclusivamente, seguramente podremos concordar que con un par de cámaras y un buen montaje de vídeo, podremos transmitir las formas en que las cuerdas puedan ser lazadas, e inclusive muchos movimientos que el atador efectúa al hacer una atadura en particular. Esto sería excelente si se tratara solamente de atar objetos inanimados, si se tratara de simplemente copiar los movimientos del atador. Los japoneses son expertos en hacer robots para todo, capaces de reproducir el movimiento humano a la perfección, o inclusive como fue en su caso la mascota AIBO, el perro robot de inteligencia artificial lanzado por la compañía SONY.
Pero así como sucedió con AIBO, cuyo proyecto fue abandonado a principios de 2006, la gente es capaz de percibir esa susceptible diferencia entre una práctica hecha en forma autómata, de aquello que tiene alma detrás. La realidad es que luego de algún tiempo en el que hemos visto y experimentado a aquellas personas que vienen de este camino, o peor aún, que han sido enseñadas por otros que han aprendido por estos métodos; nos encontramos con la realidad de prácticas y vicios mal aprendidos que cuestan muchísimo esfuerzo corregir.
No es de extrañar que cualquier modelo que tenga la posibilidad de elegir una experiencia con alguien que tomó clases presenciales de este arte, frente a quien aprendió de videos y probablemente experimente sobre su cuerpo, tenga muy clara su elección. Por más que se calle, existe la clara noción de que quien ha practicado delante de un Sensei muy probablemente tenga la enseñanza intrínseca de las bases necesarias para resolver los problemas cuando estos se presenten. Seguramente no querrá escuchar excusas de un atador diciendo “Upss… Esto no estaba en el video“
Existen innumerables cantidades de cuestiones imposibles de ser transmitidas a través de un vídeo. Además de cultivar nuestra paciencia, perseverancia y dedicación como alumos, las clases presenciales en los Dojo tienen muchas otras cuestiones que no se podrían jamás trasmitir en ningún vídeo. ¿Cómo sabrás es la tensión correcta para esa modelo en particular y en ese día en particular? ¿Cómo podrás transmitir cómo acercarte a tu modelo y cómo reaccionar de acuerdo a lo que leas de ella? ¿Cómo transmitir esa sensación de “fluir con las cuerdas” que quienes tienen la oportunidad de aprender este arte presencialmente experimentan?. Lamentablemente no existe otra forma de aprender un arte que delante de un maestro. Ningún artista marcial occidental reconocido ha surgido de aprender sus técnicas de un libro, o de un video. Mucho menos han surgido quienes pueden inspirar arte con sus cuerdas si no es a través del cercano seguimiento de un Maestro que forje su base y le permita volar luego.
Algunos grandes Sensei, como el caso de Osada Steve, o el de Yukinaga Max con sus videos, han entendido que los canales de comunicación del siglo XXI deben utilizarse con sabiduría, y como complemento o en algunos casos ilustración, de las técnicas enseñadas presencialmente. En el primer caso encontrarán un único video de entrenamiento que intenta despertar en quien lo ve el deseo y la pasión por las cuerdas. Netamente está enfocado en mostrar y desmitificar las cuerdas, y cubre los aspectos más básicos considerados por un bakushi como esenciales, para luego invitar a quienes desean realmente aprender este arte a concurrir a su Dojo. El caso de Yukinaga Max, por otro lado, es una certera y acertada respuesta a todos aquellos que mal usan los términos japoneses en la amplia difusión de las redes sociales de hoy en día. Sin mostrar más que pequeños ejemplos de aquello que se aprende en un Dojo, son un interesante intento por difundir la clara diferencia entre las visiones occidentales y orientales de algunos conceptos. Son ideales para ser vistos por aquellos que ya hayan comenzado su camino en un Dojo, ilustrándolos en forma clara sobre la manera en que deben ser entendidos ciertos conceptos del Kinbaku.
Tampoco podemos negar que la persistencia visual de observar buenos atadores en forma regular, tiene su fruto. Cabe señalar que estoy utilizando la expresión “observar” y no “ver”, así como también me he referido a “buenos atadores”. Recientemente he tenido la dicha de recibir una alumna que ha tenido la inspiración y deseo de practicar este arte al ser una asistente regular a reuniones de cuerdas en el Club Social Rosas 5 de Barcelona. Con las mismas indicaciones que las hechas a otros alumnos, su sabaku afloró casi instintivamente. Esto, más allá de la sonrisa de satisfacción inmediata que iluminó mi cara, provocó que le dijera “Tu has estado consumiendo visualmente Shibari/Kinbaku del bueno“. Es innegable entonces que el presenciar con atención e inteligencia las performances de aquellos reconocidos artistas de las cuerdas, contagia de algún modo nuestro gusto estético y nuestro desarrollo como atadores de la misma forma que quien escucha buenas orquestas toda la vida podrá desarrollar un gusto particular por el arte musical para poder descubrirlo y apreciarlo cuando lo tenga delante.
A veces la perspectiva nos puede llegar a confundir, como suele suceder con los paisajes amplios donde el horizonte se confunde y no podemos distinguir bien. Lo mismo nos sucede muchas veces con este arte, donde pareciera ser que por el simple hecho de tener facciones orientales, de tener ascendencia japonesa, o simplemente “parecer japonés”, nos garantizaría que esa persona sea experta en Shibari. Es cierto que las cuerdas, las ataduras, y ciertos ritos son culturalmente muy arraigados en las personas japonesas. Sin embargo, del mismo modo que sólo por ser de la Ciudad de Buenos Aires, no quiere decir que seas eximio bailarín de tango (de hecho hace pocos años los campeones de Tango en Buenos Aires fueron Kyoko san y Hiroshi san, ambos japoneses), el ser japonés no garantiza que seas excelente en el arte de las cuerdas. Esto, a los ojos de algunos desprevenidos occidentales no resulta tan obvio, y muchas veces se presta a confusiones al visualmente aceptar como válido y como patrón a seguir lo que cualquier japonés haga.
Lamentablemente ninguno de los videos tutoriales que se encuentran disponibles, y que se encuentran en las plataformas de video gratuitas, son hechos por grandes bakushis. Inclusive si hablamos de performances, no todos muestran la verdadera belleza del Shibari/Kinbaku. Algunos tutoriales están hechos con el simple afán de difundir la técnica plana y dura de atar de una forma determinada, rompiendo el principio básico del Kinbaku donde el modelo es lo más importante. Estará en cada uno qué material desee consumir, a qué desee exponer su mente como antes hemos dicho, y cuál es su concepto de Shibari/Kinbaku de acuerdo a lo que busca en este arte.