“Cada cual busca lo que su esencia le pide”
En estos días, donde el shibari se ha vuelto tan popular y donde tanta gente busca aprenderlo, practicarlo y disfrutarlo, me propongo reflexionar y tratar de explicar por qué practicamos el shibari y desde dónde nace nuestra pulsión por las cuerdas.
En la actualidad, la comunidad de cuerdas en el mundo ofrece una amplia variedad de atadores que ya no solo varían en sus niveles de aprendizaje, sus técnicas o sus estilos, sino también, y más importante, en ese fuego interno que los impulsa a tomar las cuerdas. No todos tienen las mismas motivaciones.
Mucho se habla de la comunicación a través de las cuerdas. La frase de 腕は縄、縄は縄 “Ude wa nawa, nawa wa nawa” (El brazo es la cuerda, la cuerda es la cuerda) que escuché de labios de Yukimura Haruki Sensei y con la que respondió a mi pregunta sobre su forma y motivación para hacer shibari durante el workshop de Copenhague en 2012 (primera vez que Yukumira Haruki Sensei brindó su conocimiento fuera de Japón) y que muchos han reformulado como “la cuerda como extensión de nuestro propio brazo” ha corrido como reguero de pólvora. Sin embargo, muchas veces siento que son realmente pocos los que han entendido verdaderamente su significado, y otros tantos la repiten como un buen slogan de marketing.
Personalmente, entiendo una buena comunicación como la transmisión de un mensaje de una persona a otra, de forma tal que ese mensaje sea comprendido con claridad por la otra parte. Ahora bien, lo que importa aquí y lo que nos convoca hoy, es justamente qué mensaje es el que estamos transmitiendo.
Como dijimos en un comienzo, existen diversos y variados impulsos que pueden llevar a una persona a practicar shibari. Una sesión de shibari puede tener diferentes energías o propósitos de acuerdo a lo que el atador proponga, a su estilo, a su habilidad, o inclusive basado en sus características y búsquedas personales. Muchos ya no solo utilizan la cuerda como medio de comunicar sus pulsiones durante las sesiones, sino que incluyen todo un repertorio externo a la misma que hace a la esencia de su búsqueda.
Existe una gran cantidad de atadores cuya búsqueda está basada en crear y reforzar una imagen de asimetría en la relación entre atador y modelo. De tal forma sus sesiones de cuerdas estarán teñidas de posturas y situaciones que refuercen tal imagen. Otros tantos incluirán el dolor en su repertorio, cubriendo de esa forma la pulsión sádico masoquista que puedan tener. Siempre es bueno recordar en estos casos que los buenos atadores son capaces de provocar dolor a través de las ataduras de una forma controlada, es decir, poder provocar ese dolor cuando lo deseen, y del mismo modo poder retornar a posiciones cómodas y no dolorosas, todo esto sin provocar lesiones de ningún tipo.
También existen numerosos atadores cuyo impulso se basa en la necesidad de demostrar nuevas y osadas posiciones; estructuras y propuestas que logren impactar a los neófitos. Algunos de ellos utilizan avanzadas técnicas aprendidas de sus maestros, otros no reparan en experimentar a modo de prueba y error, asumiendo riesgos, innecesarios en mi opinión, tan solo por demostrar su supuesto arte. Entre estos últimos, existe un creciente número de fotógrafos buscando nuevas e impactantes tomas, sin tomar en cuenta el tiempo que conlleva poder aprender ciertas propuestas para poder realizarlas con una adecuada técnica y la necesaria seguridad para quien oficie de modelo de cuerdas.
Algunas otras personas comienzan su camino persiguiendo su impulso de realizar acrobacias con las cuerdas. Tal como si se tratara de prácticas de acrobacias con telas buscan nuevas técnicas, muchas veces también a modo de prueba y error, para experimentar con las auto suspensiones y la sensación de volar con las cuerdas, claramente desde un punto de vista mucho más relacionado con lo circense y gimnástico que con la transmisión de cualquier tipo de sensaciones con las cuerdas.
El shibari tampoco está exento de las pulsiones fetichistas. En la amplia oferta de cuerdas muchos confunden el shibari con la simple colocación de coloridas cuerdas en forma de vestimentas bastante particulares sobre los cuerpos de las personas, a veces olvidando los principios básicos, históricos y tradicionales que dieron origen a este arte. En estos casos la comunicación a través de la cuerda solo se remite a lo visual, estético y fetichista que remite a la pulsión de atador y atado, pero que carece de la comunicación no verbal tal como la entienden los maestros japoneses.
Como siempre, todos los caminos son válidos cuando se trata de cumplir con nuestra necesidad de goce personal. Muchos inclusive deambulan diferentes caminos, mezclan varios de ellos y llegan recién luego de un tiempo a encontrar la verdadera pasión que los impulse en las cuerdas.
Es cierto también que, como menciona Zetsu Nawa en uno de sus últimos post, hay mucho ego y necesidad de protagonismo en la comunidad mundial de cuerdas. Egos que ya no impulsan el shibari por el shibari en sí, sino que buscan un protagonismo en las cuerdas como base para un protagonismo personal. En ese sentido, siento que hay personas que no logran despegar el shibari del desnudo y las modelos perfectas que siempre venden bien en cualquier red social, muchas veces dejando en un segundo plano la calidad de la sesión de shibari, o de lo que la propuesta transmite y priorizando la estética estereotipada y popular de lo socialmente aceptado como bello.
En cierto sentido me siento feliz de haber meditado sobre este tema y haber podido entender la forma de dejar este divismo de lado. Luego de exponerlo entre mis alumnos, surgió el primer grupo de atadores en el que el grupo siempre estuvo por encima de los que participan en el mismo. Desde el nacimiento mismo de Shibari Attack se buscó que todos pudieran participar en la medida de lo que sus conocimientos y técnica les permitieran, como modelos, o inclusive como artistas ajenos a las cuerdas, desde la fotografía, la logística o simplemente estando allí como soporte anímico. Un ejemplo donde nadie figura como gran atador, sino que lo que se luce es la obra del conjunto. El gran desafío en este caso, que siempre me sorprende y me llena de pasión, es el percibirnos como un todo y que la comunicación ya no sea de uno a otro (como en una sesión individual), sino que esta se produzca entre todos los involucrados, comenzando juntos, estando atentos a lo que provocamos en los demás, y finalizando la obra con una energía común a todos.
También siento que mi propuesta y la de KinbakuMania Shibari Dojo siempre se abrió a todo tipo de modelos y atadores, con una visión y una intención de inclusión que, más allá de las palabras, se refleja en los trabajos que lo largo de estos años hemos realizado, sin distinciones de género, orientaciones sexuales, o estereotipados patrones de belleza.
Luego de algunos años ya de practicar cuerdas, siento que mi camino es diferente a todo lo que he visto hasta el momento. Si bien siento que seguir cualquiera de estas propuestas no sería difícil de lograr para mí, y por ello agradezco a mis Sensei y las invaluables enseñanzas que he recibido de ellos, mi camino con las cuerdas se torna bastante más elaborado y complejo.
Cuando escuché y leí por primera vez acerca de la comunicación, sentí que no solo era importante saber cómo transmitir las sensaciones más comúnmente conocidas en el shibari a través de mis cuerdas. Siempre sentí que es mucho más importante poder “escuchar” lo que mis modelos de cuerdas tengan para decir en ese diálogo no verbal, aún antes de transmitir nada. Fue por eso que mi formación luego abarcó también el comprender como fluye la energía en la naturaleza, en el universo y en el cuerpo, adicionando entonces entrenamientos de técnicas y fundamentos orientales del manejo de la energía y complementando de esa forma la comprensión de la comunicación no verbal con las cuerdas.
Allí se abre todo un nuevo mundo donde se conjuga la empatía, el muga nawa, y la comunicación muchas veces trasciende lo físico y comprende también lo emocional. El poder brindar abrazos, el poder sentir que una persona puede tocar el alma de quien ata simplemente por cómo ata, es algo que he experimentado y que siento que es la esencia de mi estilo de kinbaku y el que intento transmitir a mis alumnos. Antes de colocar la primera cuerda mi mente se transforma en un gran radar, hipersensible a cada mínimo detalle de la persona. Muchas señales que a otros pueden pasarles inadvertidas, me brindan muchísima información sobre la energía en el aquí y el ahora de la persona con la que voy a trabajar. En ese instante de intensa comunicación suele producirse un momento de alta vulnerabilidad, una sensación de intimidad expuesta entre ambos. Para mí es muy importante en ese momento respetar ese alma al desnudo, cuidar a ese “ser de luz” que se me entrega, empatizando y tomando con mucho amor lo que se me brinda.
Se vuelve muy necesaria, entonces, la creatividad de poder fluir con diferentes tipos de propuestas que nos asuman en comunión. También es importante la entrega a esas sensaciones por parte del modelo de cuerdas para permitirnos ese viaje que muchas veces puede inclusive llegar a movilizar aspectos muy profundos y ocultos de nuestras emociones y llevarlas a flor de piel.
No quiero decir con esto que mi estilo solamente sea el de abrazar con las cuerdas, aunque es mi preferido. Dependiendo de mi deseo y de lo que me inspire quien comparte conmigo este viaje, puedo permitirme fluir en otros aspectos también, desde lo lúdico, lo erótico, lo sádico, pero siempre desde lo artístico.
Lo primero y fundamental para mí, en todas las ocasiones, es sintonizar a la otra persona y permitirnos vibrar en conjunto. Allí es donde siento que radica la gran magia de mi shibari kinbaku.
Lamentablemente no hay una forma sencilla de explicar cómo se logra y cómo se transmite en realidad. Solo quien lo experimenta puede dar testimonio de ello. A veces la mejor forma de poder comprobarlo es conocerlo en persona en alguno de nuestros ShibariAttack, Picnics, Eventos, u Open Dojo.
“El maestro llega a quien está listo para recibirlo”