En todo genuino arte japonés existe un concepto de aprendizaje basado en la experiencia al lado del Sensei, en la observación y en la meditación de todo cuanto se observa. Este noble concepto está basado en los principios de aquellas personas que cultivan la humildad, la grandeza de espíritu y otros códigos muy relacionados con el Bushido en cuanto a aquello que brinda honor y aquello que no es honorable.
Lo primero que se enseñaba en el código Bushido era que el Samurai no debía temer a la muerte. De allí surgía su legendaria valentía, arrojo y honor. Pero no menos importante era su enseñanza acerca de su estricta escala de valores que ponderaba el honor del guerrero por encima de todas las cosas. Esta escala de valores llegaba al punto tal de colocar el valor del honor por encima del valor de la vida misma. En aquellos tiempos los samurai llegaban a cometer sepuku para morir con honor. El concepto era que una vida sin honor, no merecía la pena ser vivida. Hoy en día esa práctica se ha abolido en Japón y se considera ilegal. Sin embargo, los vestigios de esa honorable cultura y de sus principios éticos y morales perduran entre aquellos que cuidan su buen nombre y honor como lo hicieran los Samurai en otras épocas.
Algunos grandes Samurai se convirtieron en O Senseis (Grandes Maestros) trascendiendo su mortalidad al perdurar hoy en día en los conocimientos, habilidades, imagen y honor de sus discípulos. Desde occidente quizás nos resulte bastante atípico este concepto de honor en la transmisión del conocimiento y más aún quizás la veneración de un Maestro en el tiempo. Sumido en un mundo de inmediatez y facilismo donde todo es accesible y donde lo popular en ocasiones opaca lo brillante, occidente está convencido que lo mejor que puede hacer es darle las herramientas de difusión tecnológicas a el arte japonés, para ayudarlos a poner este arte al alcance de la mano de todos, equiparándolos a la enseñanza de cualquier otra habilidad occidental. El loable concepto de la masificación y del derecho de todos a acceder a toda información termina muchas veces por hacer un enlatado de lo que en algún momento fue arte y esencia japonés.
Hoy en día siento que el honorable concepto del Deshi (aquel alumno que acompaña a su Maestro en el camino diario y que se gana su confianza para poder ser digno de percibir sus técnicas y conocimientos, y recibir sus consejos) ha caído en desuso. El entrenamiento y el cultivar la habilidad misma parece estar opacado por el manto del olvido. En estos últimos tiempos en los que los que el Kinbaku se ha difundido anárquicamente en el mundo parece ser que todo ha mutado a darle importancia a la cantidad de ataduras que uno sabe realizar sin cuidado sobre la calidad con que se las hace ni reparo sobre la forma en que se ha accedido a ese conocimiento. Se ha tomado el honorable concepto de acompañar a Sensei para poder algún día «robarle la técnica» en forma absolutamente literal, de forma tal que hoy vemos muchísimos atadores en una ridícula y encarnizada lucha por demostrar quién sabe más diseños de ataduras, quién sube más información a Internet, aún cuando esto les cueste hacer el ridículo al mostrar lo que no saben en público. Si uno busca en Internet, seguramente encontrará miles de tutoriales en videos sobre shibari. Existen videos que pretenden enseñar desde los nudos básicos hasta mil versiones del TakateKote, pasando también por cuestiones de seguridad entre otras muchas cosas. Lo cierto es que la mayoría de ellos cometen errores graves, contienen graves falencias de contenido, y terminan por difundir y propagar errores que se ven una y otra vez repitiéndose en perjuicio de este arte. Lo mismo ocurre con muchas personas que suben y difunden fotos de lo que ellos llaman Shibari pero que claramente no respetan los conceptos básicos y tradicionales de este arte, confundiendo a los neófitos entre un elaborado macramé de cuerdas, las posiciones circenses, o el fetiche por la apariencia de una cuerda, y lo que es el shibari japonés.
Pero volviendo al conocimiento… uno puede robar un beso con dulzura, o hacerlo con desagradable violencia. Uno puede robar la belleza de una flor al admirarla, fotografiarla, o arrancarla de raíz para llevarla consigo. El resultado final será acorde a la forma en la que uno obtenga el conocimiento. Uno puede tomar lo evidente, lo visible, lo que fotografía, y llevarlo consigo luego de pocas horas de tomar una clase o ver un entrenamiento. Uno puede ir inmediatamente a hacer un vídeo en las redes sociales de lo que cree que entendió de lo que acaba de aprender en un workshop. Pero si uno quiere captar lo que realmente hay detrás de esa atadura, su valor intrínseco, su magia que muchas veces trasciende lo visible, no existe otra forma de hacerlo que abriendo nuestros corazones, calmando nuestras ansiedades, y sentándonos junto a Sensei para permitirnos disfrutar en calma y con el corazón abierto lo que él nos intenta mostrar. Es allí cuando uno puede distinguir la belleza de los sakuras en flor mas allá de los colores y la composición fotográfica, admirar su concepto de efimeridad, la sabiduría y belleza del cambio constante y cíclico, su valor social en la comunidad japonesa, etc. También podemos usar la foto de las flores de sakura sin tener idea de lo que significan y colgarla en nuestro cuarto solo porque se ven lindas. La diferencia, como en todo arte, está en su profundidad y su contenido más allá de lo visible. Es la diferencia entre la forma y el alma que se da del mismo modo en una atadura y que es lo que nos diferencia de algo absolutamente plano, o algo que nos transmita y nos transporte más allá de lo que nuestros ojos ven.
«Lo esencial es invisible a los ojos» Antoine de Saint Exupery
Se pueden lograr muchos métodos para transmitir conocimientos a través de Internet, o inclusive en forma presencial hoy en día. Uno puede asistir a clases, workshops, juntadas de cuerdas, y «robar» conocimientos que antes no tenía, aprender nuevas formas de atar, nuevos trucos, etc. Pero es solo a través de observar al Maestro una y otra y mil veces, no solo atando sino en todos los aspectos de su vida diaria, es solo a través de abrir nuestra mente y captar lo que va más allá de la cuerda, que se podrá captar la esencia de este arte. Recién allí, y con el tiempo y el esfuerzo, el atador comienza a desarrollar su camino. No será el camino de su Sensei. No será el camino de ninguno de los que alguna vez le enseñaron algo. Será su propio camino, fruto de haber captado qué es lo que une el alma de las cuerdas con su propio ser. Solo a partir de entender ese motor interno que nos lleva a atar y a admirar las cuerdas será que podamos darle inicio a nuestro camino en este arte. A partir de allí, cada nueva técnica, cada nuevo conocimiento será resignificado y se unirá en total armonía y con belleza artística a nuestro alma de atadores, haciéndonos únicos y realmente maravillosos. Es nuestra elección saber si deseamos y nos esforzamos por llegar a esto, o simplemente nos transformamos en una enciclopedia viviente de técnicas y patrones sin sentido, o en coleccionadores de workshops que podemos simplemente colgar en nuestros muros para vanagloriarnos de vez en cuando.
Dedicado a la memoria de Yukimura Haruki Sensei, quien me enseñó este arte mucho más allá de la técnica y de la cuerda. Aún cuando el idioma pudo ser una barrera infranqueable donde la comunicación se estancara, no fueron necesarias palabras para comprender y asimilar su forma de entender las cosas y embeberme de esa bella filosofía que irradiaba paz y armonía a su alrededor. Es un honor que me haya considerado como su alumna y el poder haberlo llamado Sensei en el más profundo sentido de la palabra.