Una reflexión sobre cuerdas (por Tinchor)

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Una reflexión sobre cuerdas

 

Hace 10 años empezaba a interesarme en el mundo de las cuerdas y experimentaba mis primeras ataduras sobre mi propio cuerpo, con cuerdas de algodón que compré en una ferretería (aún las conservo) y siguiendo los pocos tutoriales de bondage que en esa época se encontraban en internet.

Hace un poco más de dos años que transito este camino bajo la guía de HaruTsubaki, en el Dojo de KinbakuMania, y con la cual hemos compartido más de una centena de horas de clases y varias más de muestras, performances y actividades relacionadas al Shibari Kinbaku.

 

Cuando reflexiono sobre el ambiente de las cuerdas en la actualidad no dejo de sorprenderme sobre el cambio exponencial que ha sufrido desde el momento en que me cautivó aquella película de Ryuichi Hiroki y en que mi sexualidad, de la misma manera e impulsada por esas imágenes que empezaba a conocer, cambió radicalmente. En esas épocas no existía a nuestro alcance casi nada que pudiese ser llamado Shibari Kinbaku, solo imágenes y tutoriales de difusas y vulgares copias del arte japonés que no podían escapar a la concepción tradicional del bondage occidental. Hoy la historia es distinta, el gran desarrollo en Europa significó una gran apertura del Shibari Kinbaku al mundo y en latinoamérica -pero específicamente en Buenos Aires- empezamos a dar los primeros pasos para construir nuestra comunidad de cuerdas.

 

En este punto de mi desarrollo, y gracias a las enseñanzas y acompañamiento de mi Sensei, puedo empezar a desentrañar, de manera más o menos profunda, lo que puede significar el Shibari Kinbaku y cómo quiero que fluya en mis cuerdas.

 

¿Qué es el Shibari Kinbaku?

No es mi idea dar una definición cerrada sobre el asunto, para eso hay varias elaboraciones por atadores mucho más formados y experimentados que yo. Pero sí me interesan las implicancias que tienen las ataduras sobre los que las practicamos. Creo que es algo más complejo que lo que pueda expresar una definición y lo que las imágenes que circulan nos muestran. Frente a las definiciones e imágenes estáticas, cerradas sobre hechos consumados, el arte de las cuerdas se presenta como un movimiento vivo, una conexión que fluye entre atador y atado con sus diferentes momentos. Al igual que un río, que no solo tiene su naciente, desembocadura y caudal determinado, sino que también en su cauce hay rápidos, caídas y afluentes haciendo que cada lugar desde donde uno lo observe sea diferente. Que también la fuerza de esa corriente modifica a su paso la propia cuenca transformando continuamente su forma. Y de la misma manera, como vio Heraclito, aunque querramos cruzarlo siempre por el mismo lugar el agua transcurre, nunca es la misma y nosotros tampoco. Las cuerdas que fluyen sobre la piel del atado y las manos del atador son como el caudal de ese río que no es igual en cada uno de sus momentos y que erosiona su propio lecho, transformando en cada crecida la experiencia de quienes lo navegan.

Foto: 4toscuro
Foto: 4toscuro

Una vez que tenemos en claro que un aspecto fundamental de este arte es lo que sucede entre el atador y el atado como una experiencia, resumido a veces como una comunicación no verbal, podemos avanzar y preguntarnos sobre la propia práctica, ya que para alcanzar esta comunicación necesitamos desarrollar una técnica determinada.

 

Esta técnica, como es sabido, proviene de la cultura japonesa. Esto no es solo un mero dato geográfico, sino que significa que está estructurada sobre una cultura particular que la determina y le da sentido. Como todo arte japonés, la práctica tiene una gran carga tradicional proveniente de su cultura con formas, tiempos, modos, sentidos y dinámicas propias. Pero, además, es la derivación erótica del Hojojutsu (arte marcial Samurai para capturar y transportar prisioneros). Es seiza sobre el tatami, yute anclado al bambú y bellas figuras de diamantes sobre un kimono pero también es restricción, sometimiento y castigo.

¿Esto significa que los occidentales tenemos que disfrazarnos de Samurai y tratar de copiar su cultura? Fracasaríamos, aunque lo intentemos empecinadamente, eso ya lo hicieron y siguen desarrollando en Japón con toda una cultura detrás que nosotros no tenemos. Pero no perder de vista estas premisas nos sirve para entender cuál es el flujo interno de esta práctica y qué es lo que debemos apropiarnos si queremos llegar a tocar profundamente a quienes nos acompañen en esta experiencia.

Podemos decir, entonces, que es una experiencia que fluye entre el atador y el atado a través de una técnica cargada de tradición y ascendencia marcial. Este es el contraste con la manera de entender el bondage en occidente donde prima la restricción en sí misma, el fetichismo de los materiales y la funcionalidad sexual. Esto hace que, a pesar que a los ojos de un neófito las prácticas no presenten muchas diferencias, una vez que nos adentramos en el tema vemos que hay muy poca relación entre uno y otro -incluso en el aspecto estético, donde se sigue tratando de imitar el estilo japonés, vamos a ver notables diferencias. La delimitación fundamental, como venimos diciendo, es la experiencia a la cual nos sometemos como atadores, atados y público.

 

Sometimiento y castigo

La pregunta clave en este punto es qué es lo que nos impulsa a llevar adelante esta experiencia particular. La sexualidad es un aspecto innegable, si bien entre los que se acercan a las cuerdas hay procedencias muy dispares, la gran mayoría lo hace a través de la sexualidad y, particularmente, el BDSM.

 

Aún conservo en mi cabeza la imagen de esa mujer semi-suspendida en “I am an S+M writer”. El poder que tiene la sexualidad sobre nosotros es abrumador. Si podemos volvernos conscientes de ese poder y si lo podemos redireccionar a partir de nuestros deseos podemos transformar cualitativamente nuestra sexualidad terriblemente domesticada, llevarla hacía una zona donde nos permita derribar tabúes e imposiciones largamente estructuradas y transitar hacia una sexualidad libre y plena.  En este camino, por supuesto, vamos a tener que reflexionar sobre la sociedad y la historia humana, y como llegamos a sentir que el sometimiento y el castigo tiene una relación con nuestra sexualidad.

El camino que haga cada persona sobre este tema es muy particular, pero sin dudas creo que el Shibari Kinbaku -como una arista del BDSM-  es un juego que dialécticamente nos permite poner en nuestro cuerpo -como una negación de lo que históricamente fue y es- la dominación, el sometimiento, el abuso y todo tipo de atropellos hacia la sexualidad y los sujetos en general, y transformarlo en auto-descubrimiento y placer. Una potente toma de conciencia sobre nosotros mismos -subjetiva e histórica- a través de nuestros deseos y nuestro cuerpo.

Foto: 4toscuro
Foto: 4toscuro

En el Shibari Kinbaku, por más livianos que seamos para llevar adelante nuestro estilo, siempre vamos a tener entre nuestras cuerdas, de alguna manera, un prisionero restringido y expuesto a un público que se regocija con su humillación, sea cual sea el nivel de consciencia que tengan el atador, el atado o el público sobre este aspecto. Esto es parte de la matriz a partir de la cual surgen las diversas formas del Shibari Kinbaku y, sin dudas, un elemento profundo que nos mueve a desarrollarnos en la práctica.

 

Contra-imagen

Para los que también somos fotógrafos el Shibari Kinbaku presenta otra fuerte atracción. Los complejos diseños sobre pieles desnudas y la destreza de los cuerpos suspendidos parecieran ser motivos fotográficos en sí mismos. Sin embargo, con nuestras cámaras, vamos detrás de algo que es imposible capturar. La experiencia del Shibari Kinbaku no está en la imagen. Eso es solo su apariencia y la fotografía solo se puede limitar a retratar ese aspecto, quedando oculta para la imagen su verdadera esencia. Ésta sólo puede experimentarse en vivo, en el transcurrir del tiempo, en el sonido de la cuerda y los suspiros rompiendo el silencio, en la visión panorámica de verlo todo desde el principio y saber cómo evoluciona un gesto a través de todo un recorrido. Lo que terminamos retratando en la imagen fotográfica, entonces, es algo muy distinto al Shibari Kinbaku, un aspecto muy superficial que no nos permite conocer cuál es su verdadera esencia.

 

En este punto creo que se da la divergencia más grande entre la concepción de las cuerdas que intento expresar -abonada por mi humilde recorrido y por las grandes lecciones de HaruTsubaki- y lo que crece rápidamente en el ambiente. En general, y seguramente por la fuerte influencia de la cultura occidental, el arte con las cuerdas se instituye como un espectáculo, principalmente un espectáculo visual. Lo importante, visto desde ese otro punto de vista, es la imagen -sea fija o en movimiento- y el resultado estético de una “performance”, y no la experiencia y el flujo complejo entre atador y atado. Las ataduras que a la vista sean muy complejas y en suspensiones espectaculares, entonces, van a tener más valor frente a ataduras sencillas, a pesar que estas últimas nos permitan una mayor comunicación, den cuenta de una escuela y una técnica particular y pongan énfasis en lo que siente el atado y cómo se desarrolla la escena -si es a través de la restricción y tortura o una suave caricia de cuerdas.

 

El Shibari Kinbaku es el reverso de su propia imagen y la magia consiste en poder sacar a relucir su esencia a través de una experiencia concreta. Y lo más importante es que si lo pensamos de una forma u otra va a cambiar radicalmente cómo enfrentamos nuestras ataduras y, por lo tanto, su dinámica, su estética y los sentimientos que afloren de ellas. El camino que creo interesante -y que considero que es el de la esencia del Shibari Kinbaku- es el de una experiencia que permita una liberación del potencial que llevamos dentro y no el de un resultado espectacular, fijado en una imagen, que solo sirve para entretener por un breve momento a los usuarios de las redes sociales.

Foto: 4toscuro
Foto: 4toscuro

En este momento en el cual se empieza a diversificar la práctica, aparecen nuevos atadores y va tomando forma una comunidad de Shibari en Argentina y Latinoamericana me parece adecuado que empecemos a cultivar nuestras experiencias e ideas sobre las cuerdas. Quizás en algún momento podamos correr el velo de las imágenes -que traen consigo la carga de una apariencia espectacular y empecemos a descubrir y construir sobre nuestra experiencia un arte que libere todo nuestro potencial a través del abrazo de la cuerda y la comunicación que este proyecta entre atador, atado y el público.

Ojalá podamos encontrar en la esencia del Shibari Kinbaku una forma de descubrir nuestra propia esencia y usarla para trascender hacia una forma más elevada de nuestra sexualidad y de las relaciones que surgen de esa inquietud tan profunda que alguna vez nos cautivó en una imagen, una historia, o lo que fuera que haya despertado nuestra curiosidad hacia las cuerdas y el arte del Shibari Kinbaku.

 

Julio Martín Pavón (JMP / Tinchor)
4toscuro.tumblr.com
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