Todo camino en la vida tiene un propósito. Todo movimiento de nuestro ser tiene un motor interno que lo impulsa y lo alimenta.
Ya hace un tiempo hablamos sobre lo que nos impulsa a practicar las cuerdas en KinbakuMania Shibari Dojo, así como también las diferentes pulsiones que pueden motivar a otros en sus caminos, y cómo nos sentimos respecto a ellas.
Personalmente siento que la desenfrenada carrera por aprender cuanto antes a suspender a alguien con cuerdas, a la larga, puede dejar un sabor a vacío. Es que cuando descubres y percibes todo el infinito mundo que hay detrás de una sesión de cuerdas, las proezas acrobáticas y las ataduras para la simple foto pueden quedar en un segundo plano y allá atrás en el tiempo.
¿Pero cómo se llega a ese estadío en el que uno busca algo más allá de la simple atadura, en el que puede apartar la visión de la simple textura de la cuerda, de como luce o cómo se llama el nudo, y ver el cuadro completo? El proceso requiere el desarrollo y maduración de la consciencia del atador.
Cuando una persona va creciendo en el arte de las cuerdas, sus primeros pasos están muy ligados a la cuerda en sí, a las formas en que hace las estructuras, a cómo lograr eso que ayer vió en una foto o en un vídeo. Intenta recordar nudos, lazadas, y todo tipo de nombres e historias.
Luego su objetivo casi inmediato es suspender cuanto antes, y hacerlo de la forma más espectacular posible. Luego entonces se compara con otros y, todo se transforma en una competencia de destrezas, originalidad, belleza y producción que se fomenta y se realimenta vertiginosamente cada vez más en las redes sociales. El foco de importancia de la práctica rara vez se percibe como la experiencia de la persona atada o de quien ata, sino más bien como un producto enlatado con el nombre de shibari, tan de moda últimamente. En ese mundo solo existen dos proezas, la del atador y la del modelo vividas por separado, que culminan en una foto, en un vídeo corto, o un simple show exhibicionista, muy lejos de sentirse como una experiencia vivencial consciente.
Con el tiempo, y a medida que la persona evoluciona en su camino como artista de la cuerda, su interés ya supera la instancia en la que se mide a través de la cantidad y espectacularidad de figuras que puede lograr, y su shibari se vuelve algo más complejo y profundo. Sus intereses ya no encuentran la motivación en la habilidad de repetir tal o cual atadura. Por otro lado quien es atado también comienza a sentir que el paso del tiempo no le es ajeno y comienza a buscar algo más allá de su destreza física.
El camino más profundo y artístico del shibari comienza cuando los ojos del atador cesan de ver el nudo, la estructura, y ya no necesitan repetir una y otra vez una guía establecida para lograr su propósito. Podrá continuar usando ciertas estructuras, como quien usa una determinada herramienta, o quien elije un camino para su meditación, pero su visión estará centrada en la propuesta como un todo, y su objetivo final ya no será, por ejemplo, “suspender a la modelo cabeza abajo” sino llevarla por un camino de sensaciones y una experiencia de cuerdas que fluirá de acuerdo al momento y que si logra su cometido permita brillar a aquello que ambos llevan dentro.
Siempre sentí que el shibari tiene una enorme semejanza con la danza. Sea que uno baile solo o acompañado, lo importante no es solamente donde uno coloca los pies, o si lo hace siguiendo el ritmo o no… lo importante es lo que puede transmitirle a la persona que baila con uno y eventualmente ser bella a los ojos de quienes los observan. Del mismo modo que en ese mágico ritual de dos personas, las cuerdas son capaces de permitirnos volar y viajar en nuestras sensaciones en un ida y vuelta que propone miles de experiencias distintas, únicas e irrepetibles cada vez.
Es por eso que cuando alguien me pregunta por el aprendizaje del shibari kinbaku, siempre pregunto y me preocupo por conocer lo que lo impulsa, lo que desea lograr. Cuando esa persona solo vé en ese primer paso el aprender los nudos y lazadas que la cuerda realiza sobre el cuerpo de la modelo, los nombres de los estructuras y me pregunta cuánto tiempo tardará en aprenderlo todo, yo solo le comento un poco sobre todo esto e intento que mi camino de enseñanza lo trate con la misma paciencia que mis maestros me tuvieron a mi en su momento. Quizás, en otro momento, cuando el shibari de esa persona evolucione, el destino quiera que yo pueda acompañarlo también en su crecimiento.
El camino de la cuerda a medida que se vuelve más complejo y profundo tanto en atadores como en modelos permite trabajar aspectos de su personalidad. Entre las muchas situaciones que se pueden presentar se pueden mencionar ansiedades, vergüenzas, temores, frustraciones, falta de percepción de las limitaciones propias, déficit de atención, falta de noción del tiempo espacio y tensión, falta de empatía, entre otras. Ya que personalmente creo que nada sucede al azar, siento que son esos mismos aspectos los que por reflejo y sincretismo se me presentan como oportunidad de trabajar en mi propia personalidad. Por eso agradezco cada ocasión en la que mis alumnos me permiten la oportunidad de ayudarlos y ayudarme a mejorar.
Quizás por eso mi forma de enseñar shibari kinbaku sea diferente a la de muchos otros. Quizás por eso algunos puedan entenderla, y otros siguen otros caminos, que son también absolutamente válidos.